Bélgica: la venganza (de los trenes)

Ya escribí ayer sobre la visita a Brujas y amenacé con prometí que escribiría una segunda entrada sobre Bruselas y alguna otra cosilla. El plan de viaje era volar a Bruselas y luego coger un tren a Brujas, así que el último día, como teníamos que dejar el hostal por la mañana, decidimos ir directamente a Bruselas y estar allí un par de horas antes de ir al aeropuerto. Y el viaje no salía hasta las ocho de la noche por lo que tuvimos tiempo suficiente para visitar un poco el centro de la ciudad.

Antes de empezar con Bruselas, un par de notas sobre los trenes belgas. La experiencia de viajar en Noruega y en Bélgica fue radicalmente diferente. Bien es verdad que éramos nuevos en la ciudad, pero el sistema de trenes nos pareció extremadamente confuso. O quizás la diferencia es que en Noruega estamos acostumbrados a no tener que hablar con nadie para nada porque (casi) toda la información que necesitas está disponible en los billetes o en paneles. Ya se sabe cómo son los escandinavos, no les gusta hablar con nadie :-P En fin, el caso es que estábamos en la estación central. Comprando billetes de tren para ir a Brujas. En inglés. No se me ocurre nada que diga más claramente «somos turistas y no tenemos ni puta idea». Aún así, había varias cosas que no nos dijeron y no eran evidentes:

  1. Dónde narices teníamos que coger el tren (andén 2). Igual esto sí estaba en las pantallas, pero no sabíamos dónde mirar y no creo que estuviera claro para el típico turista.

  2. Que teníamos que cambiar de tren al llegar a cierta estación.

  3. Que la «clase» del vagón (primera clase y segunda clase) está marcada con un simple número («1» ó «2») al lado de un signo de «no fumar».

  4. Que al cambiar tren para ir a Brujas, las pantallas no dirían «Brugge», sino «Oostende».


Los dos primeros puntos los descubrimos volviendo atrás y preguntando en la misma ventanilla. El tercero lo descubrimos de casualidad porque otro pasajero nos preguntó si un asiento a nuestro lado estaba libre, y luego él se dio cuenta de que era primera clase, así que no lo podía usar de todas formas. El último lo tuvimos que preguntar al revisor cuando nos bajamos, porque no teníamos ni idea de qué hacer.

Otro detalle bastante frustrante es que nunca estábamos seguros de si estábamos en el tren correcto o a qué estación nos acercábamos. No sólo no había ninguna voz o pantalla donde lo pudieras ver dentro del mismo tren, sino que en cada estación había un solo cartel con el nombre. Y ese cartel sólo lo alcanzabas a leer cuando el tren había vuelto a arrancar y ya era demasiado tarde para bajar. Al final llegamos sin problemas (de nuevo, preguntando a un revisor cuántas paradas faltaban), pero fue un poco estresante.

Bueno, al tajo. Gracias a una pequeña guía genial que nos dieron en el hostal de Brujas pudimos improvisar la visita a Bruselas. No sólo tenía una lista de sitios interesantes que visitar, sino que incluía un práctico mapa y consejos (p.ej. descubrí que hice el gañán pidiendo gofres con chocolate en vez de azúcar y mantequilla). Leímos la guía rápidamente en el tren y nos hicimos una idea de dónde comer (un sitio genial por cierto) y qué visitar. Al llegar a la estación, usamos unas taquillas muy prácticas para dejar las maletas: ponías tus cosas en una taquilla libre, la elegías en la máquina, pagabas, y te imprimía un pequeño ticket con un código de barras. Al llegar, pasabas el código de barras por un lector y la taquilla se abría.

En Bruselas no vimos mucho, pero lo que vimos nos gustó:

  • Una iglesia que tiene por un lado varios meaderos (¿?¿?).

  • El niño meón, el símbolo de Bruselas. Por lo visto los locales están muy orgullosos del surrealismo de la ciudad.

  • Varias esquinas de la ciudad donde había muros de edificios pintados al estilo cómic (ver ejemplo abajo). Estas esquinas estaban marcadas en el mapa y están por todo el centro, así que sólo teníamos que desviarnos un poco en nuestras rutas para visitarlas.

  • El museo de instrumentos musicales de Bruselas. Desgraciadamente sólo tuvimos una hora para visitarlo, pero se necesitan alrededor de tres para verlo bien. Nos encantó, pero nos quedamos con ganas de más.




Y antes de terminar, tengo que contar nuestra aventura con el tren al aeropuerto. Después de terminar con el museo de instrumentos fuimos a la estación central a coger las maletas y salir disparados al aeropuerto. Intentamos mirar los horarios nosotros mismos, pero nos parecieron bastante confusos, así que preguntamos a uno de los empleados de la estación (que estaba en el mismo andén donde teníamos que coger el tren). Nos dijo la hora a la que pasaba el tren del aeropuerto (unos 4 minutos después de preguntar), y cogimos el susodicho tren. Sólo que «el susodicho» significa «el que pasó cuando él dijo», no «el tren del aeropuerto».

Cuando nos dimos cuenta de nuestro error (de nuevo, preguntando) tuvimos que coger un tren de vuelta a la estación central, para coger un tercer tren al aeropuerto. La persona que nos explicó fue muy amable y nos dijo que entendía que nos hubiéramos confundido, porque últimamente había habido un accidente y muchos retrasos y cambios de última hora. En este momento estábamos bastante nerviosos porque íbamos mal de tiempo, pero tuvimos suerte y el tren de vuelta salía unos dos minutos después de bajarnos (sólo que un puñado de adolescentes subnormales estaban jugando con las malditas puertas del tren y no dejaban que se cerraran, con lo que perdimos más minutos y nos pusimos más nerviosos). Y entonces vimos una pegatina que decía que si te pillaban sin billete en un tren, la multa eran 200 euros. Yo estaba preparando mentalmente una lista de argumentos y razonamientos para intentar que no nos multaran, porque en todos los trenes que habíamos cogido había habido revisor. Al final no apareció nadie y llegamos sanos y salvos a la estación central.

Una vez de vuelta en la casilla de salida, fuimos al andén adecuado a coger el tren. Sólo que se retrasaba. Y nosotros que íbamos a explotar de nerviosismo. Y entonces se oye una voz que dice que había un cambio de andén para el tren del aeropuerto. En ese momento vemos un tren llegando al andén de al lado (el mismo que la voz había dicho). Pensamos que no podía ser ése, pero corrimos por si acaso. Al final sí era, y llegamos justitos. Con los sudores y las venas de la frente a punto de estallar, entramos en el vagón y esperamos a llegar al aeropuerto, calculando cuánto tiempo nos quedaba para la cola de facturación. Y al llegar al aeropuerto, mirando los papeles, nos dimos cuenta de que la hora que habíamos tomado como del vuelo era en realidad la hora tope para facturar, por lo que llegamos con tiempo de sobra.

Y una última cosa: me alegro muchísimo de haber comprado la Dingoo ;-)

Comentarios

Entradas populares